La
respuesta del recién nacido al olor de ciertos alimentos es
sorprendentemente similar a la de los adultos, lo que sugiere que
algunos olores preferidos son innatos.
Por
ejemplo, el olor de los plátanos y el chocolate produce una
expresión facial relajada ya agradable, mientras que el olor a huevo
podrido les hace fruncir el ceño.
También
pueden identificar la localización de un olor, y si es desagradable
se protegen a si mismos. Por ejemplo, cuando se les presenta un poco
de amoniaco, los bebés menores de 6 días, giran la cabeza hacia la
otra dirección.
Los
recién nacidos parecen tener atracción por el olor de la leche del
pecho, por lo cual probablemente esto les ayudará a localizar una
fuente de alimento apropiada, y en el proceso aprenden a identificar
a su propia madre.
Después
del parto, los recién nacidos tienen el sentido del olor porque
tienen el sentido del sabor y ambos se encuentran ligados. Tras una
gestación de siete meses, ya pueden detectar olores, siempre y
cuando los estímulos sean suficientemente fuertes. La intensidad
requerida disminuye en el curso de los primeros días y semanas de
vida, lo que significa que este sistema se perfecciona muy
rápidamente. La detección de olores es muy precoz, siendo los bebés
capaces de discriminar olores.
A
medida que el niño crece, su experiencia se enriquece y el número
de asociaciones entre un olor y un acontecimiento, tiene posibilidad
de aumentar, aunque la agudeza olfativa no es tan grande como en el
nacimiento, ya que la evolución de los otros sentidos y los
prejuicios sociales limita la experiencia.
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